En todas partes (mesas políticas, medios de comunicación, cuerpos técnicos, jugadores) se está hablando de la condición agonizante del fútbol chileno, pero en mi opinión la verdad es que el fútbol nacional ya murió o por lo menos entró en un estado de catalepsia hace rato. Esto no es fútbol con todas sus letras. Lo que vimos este último año con el nombre de torneo nacional y administración directiva es bastante inferior a lo que considera este deporte. Estamos experimentando un caos de la cabeza a los pies: Los dirigentes (que van quedando) están todos cuestionados y sin respuestas; la autoridades gubernamentales brillan por su incapacidad; la violencia de las barras no permite que la gente vaya a los estadios, y la que permanece en su sillón presencia una televisión de mala calidad emitida por una señal turbia; y más encima el nivel de juego es mediocre. Con una reserva moral agotada, el mundo ligado al fútbol pide a gritos que la violencia sea erradicada de las canchas locales, sin embargo, luego de escuchar a las autoridades, se comprende que definitivamente no hay voluntad para alcanzar este objetivo. El periodismo deportivo busca y busca soluciones para el fenómeno de las barras bravas, pero al final se dan cuenta que la rueda ya está inventada y terminan enfocándose en despedazar una circulo vicioso. Las barras reconocen muy bien el desconcierto en que se encuentran los diferentes estamentos del fútbol, por eso, tan sueltos de cuerpo deciden entrar concertadamente al Estadio Elías Figueroa -secreto a voces sabido por muchos- sin miedo a represalias, en un acto de demostración de poder único en la historia. Las desencajadas caras de Roa (Estadio Seguro), Burgos (Interior), Orrego (Intendente Santiago), Jara (Gobernador Valparaíso) y otros, sumado a las múltiples columnas y análisis de todo tipo generadas desde los medios de comunicación deben ser una gran fuente de risa para los hinchas violentos, al saberse impunes y observar tanta ineficacia en la regulación de los eventos futbolísticos.
Se ha podido acabar con males mucho mayores, entonces ¿Por qué tanta demora en sanear el fútbol? ¿Está la gente idónea para hacerlo? y por ultimo ¿hay convicción de hacerlo? Aníbal Mosa y Carlos Heller, presidentes de Blanco y Negro y Azul Azul respectivamente, dos de los protagonistas de esta crónica bélica, son la expresión máxima de la desprolijidad frente al tema. El primero, luego de la batalla campal en Valparaíso, se puso a celebrar la obtención del título, entregando la cuota de inconciencia -del que menos debía ponerla- en una de las actuaciones más desubicadas de ese día. El segundo respondía así al ser consultado por las bengalas que perjudicaron a la U a mitad de año “Yo quiero que vuelva la familia al estadio ¿La solución? No tengo la bola de cristal”. Cuentan con cámaras en los estadios, están las cámaras del CDF, en internet están divulgados los nombres de los cabecillas. La mayoría de los hinchas violentos están identificados. Si todos los fines de semanas te entraran a robar a la casa las mismas personas, ya conoces a los delincuentes ¿o no? Ver en el fútbol un negocio es más que ponerle precio a las entradas, vender camisetas, cortar el pasto y colocar un staff reducido de guardias; es garantizar un espectáculo con todas las de la ley. El tema es que para eso, hay que invertir.
Cuando los líderes se ven desbordados producto de la ineptitud y ambición, empiezan a aflorar las medidas facilistas o de tolerancia cero, propias de mentes poco creativas y poco instruidas como la propuesta del Senador Weber de que los partidos de alta convocatoria sean sin público y sin transmisión de TV o la idea de Estadio Seguro que apunta a jugar los partidos sin barra visitante. De esa forman consiguen que paguen justos por pecadores y producir daños colaterales innecesarios. ¿Por qué no sacar mejor la muela cariada en vez de toda la dentadura? Los focos graves de violencia pululan dentro de clubes específicos, esos son los clubes que deben hacerse cargo de su rancho o en su defecto sufrir las consecuencias, básicamente porque un evento futbolístico es una actividad privada. Un ultimátum a estas instituciones, con el riesgo de perder puntos o la categoría en primera instancia, o inclusive su participación en competiciones circunscritas a la ANFP, cobra sentido cuando pocos tienen aterrorizados a muchos. Algunos dirán que es imposible “meterse” con los equipos grandes; pero basta ver el caso de Juventus o del Glasgow Rangers, clubes gigantes con los que no hubo beneplácito al momento de sancionarlos. La responsabilidad, sobretodo de los clubes grandes frente al tema de violencia en los estadios, ha sido eludida olímpicamente. Parece que como dice Cristian Varela los empresarios del fútbol solo saben manejar cifras, no administrar clubes. Quizá si se les toca su capital económico algunos quieran ponerse las pilas y dejar de sacarse los pillos.