Crecí viendo a una generación tercera del mundo Sub-17 en Japón. Intentaba levantarme en la madrugada para poder ver a Sebastián Rozental, Dante Poli, Héctor Tapia, Manuel Neira, Frank Lobos, Ariel Salas, entre otros jugadores que nos daban alguna luz de esperanza que algo bueno podía llegar al fútbol chileno. Sin embargo entre indisciplinas, escándalos y lesiones me atrevería a decir que ninguno fue trascendente para la Selección chilena adulta.
Un par de años más adelante, recuerdo cuando la esperanza fue depositada en Xabier Azkargorta. La Selección volvía a jugar clasificatorias luego del castigo por lo ocurrido en Brasil. En la segunda fecha Chile debuta en Venezuela obteniendo un empate en la agonía. La Selección de Venezuela, en ese entonces, representaba un rival débil y por lo general los equipos contaban con esos puntos. El empate fue un fracaso y ante la gran presión que existía en el medio nacional se realizó una conferencia de prensa donde se oficializó la salida de Azkargorta. El entrenador lanzó una de las frases inolvidables para nuestro balompié: “Una vez muerto el perro, se acaba la rabia”.
Tenía que comenzar un nuevo proceso y fue Nelson Acosta el encargado de comandar a nuestros representantes. Me tocó ver y presenciar una de las mejores duplas del fútbol mundial. Zamorano y Salas eran jugadores distintos y temidos por toda defensa sudamericana e incluso mundial. Ambos, con características diferentes, lograban un complemento casi perfecto. Sin ser partidario del fútbol de Acosta debemos reconocer que nos hizo creer y re encantarnos con la Selección. Nos hicimos fuertes de local y para los demás países no era fácil venir a jugar a Santiago con un Estadio Nacional completamente lleno.
Acosta cumplió su objetivo y clasificó a Chile al mundial de Francia 1998. Por primera vez podría ver a Chile en la máxima competencia del fútbol. En el colegio paraban todas las actividades y todos nos concentrábamos en los partidos de la Selección. Nos organizábamos para ver quién llevaba el televisor y un gran amigo hasta el día de hoy llevaba una bandera gigante la cual se transformaba en el centro de congruencia de los futboleros. Todo era una fiesta. Con tan poco, con sólo disputar un mundial, nos sentíamos pagados. Vi a la selección pelearle a un grande europeo mano a mano con un penal que hasta el día de hoy creo inexistente. Vi uno de los tiros libres más hermosos ejecutados por el mismo jugador que tengo el primer recuerdo de la Selección cuando erró un penal en la Copa América de 1993. Los jugadores de Chile ya alcanzaban una suerte de madurez y muchos comenzaban a emigrar a ligas extranjeras.
Los procesos de clasificatorias posteriores a ese mundial correspondientes a Corea-Japón 2002 y Alemania 2006 son un desastre para el olvido. Perdíamos en Santiago con rivales de menor jerarquía. No teníamos rumbo. Hubo una variedad de directores técnicos que no dieron el ancho con la Selección. Los estadios no se llenaban y el interés por la Selección disminuía. El público dejaba de ir al estadio y los jugadores no querían venir a jugar a Chile. La crisis era total a nivel de jugadores, clubes, técnicos y de Federación.
Mientras la selección adulta nos hacía olvidarnos del fútbol una vez más, el año 2007 José Sulantay comanda una nueva generación de futbolistas chilenos los cuales participan en el Mundial Sub-20 de Canadá. Aquella Selección nos cautivó una vez más. Volvimos a creer que podíamos ser los mejores. Avanzábamos de ronda en un gran torneo de Toselli, Vidal, Isla, Sánchez, Medina, Suárez, Larrondo, entre otros. Veíamos jóvenes promesas que jugaban con otra alegría al fútbol y sin miedo a quién estuviera en frente. Quedamos fuera con Argentina en un partido donde la inmadurez y el exitismo de creer que somos los mejores sin haber terminado el proceso ni ganado nada, nos jugó en contra.
Años más tarde Harold Mayne-Nicholls trae a la banca de Chile a Marcelo Bielsa. Este entrenador argentino llega a revolucionar nuestro fútbol. Bielsa logró consolidar una idea de juego distinta a lo que nos tenían acostumbrados, no sólo en aspectos de técnica sino que también en la filosofía y la personalidad de los jugadores dentro de una cancha. La base de esta revolución fue principalmente la generación que brilló en Canadá y que hoy, con dos mundiales adultos en el cuerpo, Jorge Sampaoli intenta consolidar.
Esta Selección es ampliamente superior en todas sus líneas con la del mundial de 1998. Hemos podido apreciar a una generación privilegiada en su proceso de maduración. Hoy la mayoría de nuestra Selección juega en Europa. En la nómina del mundial de Francia 1998, de los 23 jugadores que conformaban el plantel sólo teníamos a Zamorano, Salas, Vega y Estay jugando fuera de Chile. En el último mundial de Brasil 2014 sólo Toselli, Rojas, Fuenzalida, Paredes y Herrera jugaban en la liga chilena. Algo cambio, claro que sí y para mejor.
¿Será nuestro momento? ¿Se acabarán los triunfos morales? ¿Dejaremos de escuchar el “jugamos como nunca pero perdimos como siempre”? Yo creo que sí. Yo creo que esta generación merece un título. La Copa América es una gran oportunidad para poder saber si podemos seguir avanzando.