Me considero, como gran parte de los chilenos, un hincha de la selección, sin embargo, nunca la había visto en el estadio, y debo decir que es una experiencia completamente diferente, te hace sentir un gringo al ver la pasión que tiene la hinchada y como las voces se mezclan en ser una sola. Desordenada, pero una sola al fin.
Qué partido más duro. Eso resume como fue el partido frente a Uruguay, durísimo, extraño, a golpes y saltos. Chile no brilló, solo tuvo un par de destellos de buen fútbol, que alcanzaron para hacer un gol, y dejar la portería de Claudio Bravo en sólo 2 goles, ya que sin el capitán en cancha, probablemente nos hubiesen encajado 2 o 3 goles más. El resultado, anecdótico, como he dicho en columnas anteriores, creo que la Selección de Copa América tendrá una formación diferente a esta, o al menos, eso espero, ya que necesitamos refrescar las caras de este sistema invariable que presenta Sampaoli, y que ojalá, por fin decida usar un 10. Sea el Mati o Valdivia, se nota la falta de aquellos jugadores en cancha.
Pero en fin, me quiero referir al cariño de la gente, al grito de todos los que estaban en el estadio. Vi el Monumental casi lleno, habían algunas filas de asientos sin nadie, pero en Lautaro, al menos, estaba llenísimo. Siempre había tenido la ilusión de escuchar el himno nacional en vivo, y demonios, es lo máximo, sin exagerar, es lo máximo. Desde ese apartado ganamos, y por paliza a Uruguay. Envidio a todo aquel que estuvo en el Chile – España de la Copa del Mundo. Los envidio con todo mi ser. Y no en buena onda.
Nunca se calla la hinchada. Es la que tiene huevos, y lo demuestran, fuera de los fríos momentos que habían después de los goles, y el ambiente crispado que había por minutos después de un tanto de Uruguay, de pronto, se escuchaba desde lo más profundo de la tierra un “Atención chilenos de corazón…” y por un momento, olvidábamos el resultado y estábamos ganando una Copa del Mundo. Diablos que bonito el fútbol.
Un saludo a Zamorano, que no se sentó nunca.