Esta semana muchos miramos con nostalgia el video en que Marcelo Bielsa arenga a los jugadores de su equipo (O. de Marsella) justo después de empatar en un partido clave por la Ligue 1. Publicadas por el propio club francés, las palabras de motivación del DT argentino fueron inmediatamente viralizadas y comentadas en masa por los medios y redes sociales, debido principalmente a la potencia en el contenido de las imágenes, tanto en su carácter emotivo como su trasfondo discursivo. La línea argumentativa del rosarino apuntaba a que por el momento debían guardar silencio y comerse la frustración, porque jugando como lo hicieron ese día, era imposible no cantar victoria al final del campeonato. “acepten la injusticia que todo se equilibra al final” fueron los dichos del DT a sus dirigidos.
Mantenerse erguido en los resultados adversos es una de las tareas más complejas del fútbol y de la vida, en general. Todavía más, cuando estas “derrotas” tuvieron que ver con situaciones irregulares, interpretadas como injusticias. Es difícil reaccionar con altura de miras cuando te han cobrado un penal inexistente, te han expulsado un jugador incorrectamente o simplemente has jugado mucho mejor que el rival y has empatado o perdido. En estos casos, donde llegas a camarines desconsolado y masticas enrabiado la impotencia, es labor casi exclusiva del cuerpo técnico -sobre todo del director- levantar la moral del plantel antes de la próxima batalla. Esto porque el DT y sus asistentes son llamados a ser los sabios del equipo, por experiencia, por autoridad y por investidura.
¿Pero cómo lograr la reconstrucción anímica de un elenco de fútbol? Lo primero, obviamente es ganarse el respeto y la confianza de veintitantos jugadores –de fuertes egos- para evitar lo que se conoce en la jerga futbolera como “hacer la cama al técnico”. A mi parecer, empoderarse de la función de líder no tiene tanto que ver con intentar acercarse a los pupilos como un amigo, al estilo Acosta o Borghi y tampoco al contrario, buscar ser un dictador totalitarista, al estilo M. A Figueroa. Creo que el respeto y por consecuencia la admiración, está relacionada con demostrar con actos las virtudes que uno posee. Aterrizándolo al panorama nacional, estas características, en menor o mayor medida son observables en los técnicos de avanzada en el campeonato nacional y/o con participación en la Copa Libertadores. De este grupo destaco a dos: Pablo Guede que con decisión y convicción tiene a Palestino diciendo “queremos ir a ganar a la Bombonera” y Héctor Tapia, quien sacó de una larga agonía a Colo Colo con pragmatismo y empatía.
El martes fuimos testigos de un levantamiento de los espíritus. Palestino hace dos semanas veía prácticamente sepultada su opción de pasar de fase luego de empatar con Montevideo Wanderers de local. Así y todo, en el partido de grupo reciente pudo sobreponerse a la desidia y al sin sentido de estar con un pie afuera, y ganar de forma contundente a Zamora por 4-0. Alguien podrá decir que tenía que hacerlo -por la jerarquía del rival-, pero es cosa de ver la campaña de River Plate en Copa Libertadores para entender la psicología del fútbol en un contexto de inseguridad. Colo Colo también tuvo que hacer su catarsis tras el shock que significó ser derrotado por Cobresal de local a cuatro fechas de la finalización del torneo. Lo dijo Tapia: “el equipo está bien pese a las derrotas. Ya dimos vuelta la página”, agregando que ante el Atlas “vamos por la revancha”. Y así lo hizo el cacique, no perdió el enfoque y obtuvo su revancha. “No perdemos la ilusión” y “aún no hemos ganado nada” fueron los mensajes de Guede y Tapia, respectivamente, después de ganar sus partidos. Queda por ver cual será el equilibrio que establezca el final.
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Ismael Ugarte @maqdeescribir