Con mucho retraso la ANFP puso sobre la mesa propuestas para mitigar violencia en los estadios, en las que destacan la creación de un registro nacional de hinchas, que busca individualizar a las personas que acuden a los espectáculos deportivos (partiendo en su primera fase por los clásicos) y también la restricción o prohibición de público visitante cuando esto lo amerite. La reactividad parece ser el hilo conductor con que se mueven las autoridades, es cosa que ocurra una tragedia para bautizar una ley con el nombre del afectado o del lugar donde aconteció. En este caso, la nueva ley se habría llamado Ley Fiscal de Talca o Ley Sausalito. Afortunadamente no hubo necesidad de víctimas fatales para darle la importancia que merece la violencia en los estadios. Dudo que sin la presión del cuarto poder (la prensa), a través de las imágenes esparcidas y discursos críticos al respecto, los encargados del orden público se hubiesen movilizado en pos de la seguridad, dado que el negocio pese a todo sigue siendo jugoso y además entrar en conflicto con quien sea no es el estilo de esta gente. El estilo de las autoridades es arreglarse los bigotes a puertas cerradas. Ahora el fútbol chileno entra en una etapa de prueba (uno a dos años) con resultados inciertos. Esperemos que la alianza entre el plan de la ANFP y la Ley de Derechos y Deberes en Espectáculos de Fútbol Profesional impulsado por el Gobierno cumplan sus objetivos.
Antes de entrar a debatir sobre el “deber ser” del fútbol chileno, descartemos una solución parche o inservible que flota en el aire. La mano dura, así como estado de sitio, es cuestión del pasado, casi un acto barbárico. La humanidad aprendió que la violencia solo crea más violencias. Lamentablemente las autoridades están en deuda con aplicar sanciones severas a los que cometan infracciones o delitos, entonces no falta quien dice “que los masacren a todos”. En una discusión con más altura de miras encontramos el planteamiento que abre la perspectiva y ve esto como un fenómeno global, así como lo afirmaba Sergio Jadue con una dosis de desmarque “no le pidan al fútbol que sea capaz de hacer lo que no ha podido hacer nadie en este país”. En un país con la desigualdad social de Chile es imposible que la injusticia organizativa no desemboque en focos de violencia. De hecho el primer y más grande foco de violencia es el tipo de administración que desarrollan los de cuello y corbata, y que ha generado la famosa brecha social entre muy ricos y muy pobres. El tema es que hay muchas personas que sufren de injusticia, pero que sin embargo no le hacen frente de forma violenta.
Si vamos al grano, podemos observar que las barras bravas efectivamente -como hace tiempo se les ha denominado- son asociaciones criminales emparentadas con el tráfico de drogas, armas y que tienen como mecanismo la extorsión. No todos los que llenan la galería: un gran porcentaje de la barra se divide en fanáticos sin real conciencia de lo que ocurre a su alrededor, hinchas que malinterpretaron el fútbol, y en la cúspide de la pirámide, microempresarios delincuentes en la dirección de una empresa que da mucho dinero. Estos últimos son los que, con la colaboración de varios estamentos de la sociedad, han mantenido relaciones comerciales con políticos, dirigentes y empresarios del país. Como la crisis de Chile ha tocado cada poro de la sociedad, los ciudadanos hemos visto aparecer una verdad velada por muchos años: Todos están coludidos, inclusive Barras Bravas y el combo Dirigentes-Políticos-Empresarios.
El real aficionado al fútbol fue expulsado del estadio, entonces ¿Qué hacer cuando todos están confabulados?. Como primer paso: autorregularse desde adentro del organismo llamado ciudadanía. Partiendo por denunciar con nombre y apellido al malhechor. Un primer ladrillo en esta campaña -ya que los dirigentes no lo van a hacer- sería posible si los propios jugadores levantaran la voz. Ellos son los protagonistas del show, por lo tanto serían los más escuchados y apreciados por el público. Eso sí, con discernimiento y audacia. Un futbolista con la influencia de Claudio Bravo está, en un casete ya repetido, “colectivizando” (al contrario de la nueva ley) a los delincuentes, haciéndolos ver como una masa sin nombre, “(la solución) es alejar a los delincuentes de los estadios y endurecer las leyes”. Otro que debe meditar su postura es José Rojas “No por diez o veinte que no se comportan como queremos envuelven a toda la hinchada de la U. Nosotros lo que podemos pedir es que nos apoyen como lo han hecho toda la vida” decía el capitán azul tras los incidentes en Talca. ¿10 o 20? Eran cientos, entre los que unos cuantos increpaban a jugadores de Universidad de Chile. A eso es lo que me refiero. Los futbolistas, entrenadores y lo que queda de dirigentes trasparentes deben pulir el mensaje y dejar de ser tan tímidos fuera de la cancha. Quizá sea pedirles mucho, pero más que nunca el fútbol chileno los necesita.